Era 1918, cerca del final de la Primera Guerra Mundial, y el fotógrafo Eric Enstrom preparaba un porfolio de su obra. Quería incluir una foto que comunicara una sensación de abundancia en una época que tantas personas sentían sumamente vacía. En la ahora tan apreciada foto, un anciano con barba está sentado a la mesa con la cabeza inclinada y las manos entrecruzadas en actitud de oración. Delante de él, solo hay un libro, unas gafas, un recipiente con avena, un pan y un cuchillo. Nada más… pero tampoco nada menos.
Alguien podría decir que la foto revela escasez, pero la idea de Enstrom era exactamente lo opuesto: presenta una vida plena, vivida con gratitud; una que tú y yo podemos experimentar también a pesar de las circunstancias. Jesús anuncia la buena noticia en Juan 10: «vida […] en abundancia» (v. 10). Dañamos gravemente esta buena noticia cuando equiparamos abundancia con tener muchas cosas. La abundancia de la que habla Jesús no se mide en categorías terrenales —como riquezas o posesiones—, sino en una gratitud de todo el ser respecto a que el buen Pastor «su vida [dio] por las ovejas» (v. 11), y nos cuida y suple nuestras necesidades diarias. Esta es una vida abundante que todos podemos disfrutar: la comunión con Dios.