«Cazar tornados —dice Warren Faidley— suele parecerse a un gran juego 3D de ajedrez en un tablero de miles de kilómetros cuadrados». El fotógrafo, periodista y cazador de tormentas agrega: «Estar en el lugar correcto en el momento preciso es una sinfonía de pronóstico y navegación mientras uno esquiva desde granizo del tamaño de una pelota de softbol hasta tormentas de polvo y equipos agrícolas arrastrados».
Sus palabras me hacen temblar. Aunque admiro la valentía y el hambre científico de estos cazadores, rehúyo involucrarme en eventos climáticos potencialmente fatales.
En mi caso, no tengo que perseguir tormentas en la vida… parece ser que ellas me persiguen a mí. Esta experiencia se refleja en el Salmo 107, que describe a marineros atrapados en una tormenta, perseguidos por las consecuencias de sus malas decisiones. Pero luego, el salmista declara: «Entonces claman al Señor en su angustia, y los libra de sus aflicciones. Cambia la tempestad en sosiego, y se apaciguan sus ondas. Luego se alegran, porque se apaciguaron» (Salmo 107:28-30).
Ya sea que las tormentas de la vida sean el resultado de nuestro proceder o de vivir en un mundo caído, nuestro Padre es más poderoso. Solo Él es capaz de calmarlas; y de calmar nuestras tormentas internas.