Mucho ha cambiado desde que se inventó el reloj eléctrico en la década de 1840. Ahora tenemos teléfonos inteligentes y ordenadores portátiles que dan la hora. La vida parece ir más rápido; incluso aceleramos el ritmo de nuestras caminatas «relajadas». Esto es particularmente cierto en las ciudades y puede afectar negativamente nuestra salud. Como señaló Richard Wiseman: «Estamos andando cada vez más rápido y alejándonos de la gente con la mayor velocidad posible. Pensamos que todo tiene que suceder ya».
Moisés, el escritor de uno de los salmos más antiguos de la Biblia, reflexionó sobre el tiempo, recordándonos que Dios controla el ritmo de la vida: «Porque mil años delante de tus ojos son como el día de ayer, que pasó, y como una de las vigilias de la noche» (Salmo 90:4).
Por tanto, el secreto para administrar el tiempo no está en ir más rápido o más despacio, sino en permanecer más tiempo con Dios. Así, ajustamos el paso con los demás, pero primero con Él, quien nos formó (139:13) y conoce todos nuestros propósitos y planes (v. 16).
Nuestro tiempo en la tierra no durará para siempre, pero podemos manejarlo sabiamente; no mirando el reloj, sino entregando cada día a Dios. Como dijo Moisés: «Enséñanos de tal modo a contar nuestros días, que traigamos al corazón sabiduría» (90:12).