Luisa padece distrofia muscular. Un día, en una estación de trenes, se encontró con una larga serie de escaleras y sin ascensor ni escalera mecánica. A punto de llorar, vio aparecer a un hombre que tomó su bolso y la ayudó gentilmente a subir. Cuando se dio vuelta para agradecerle, había desaparecido.

Miguel llegaba tarde a una reunión. Ya estresado por un problema personal, no solo comenzó a luchar con el tráfico de Londres, sino que pinchó un neumático. Desesperado y bajo la lluvia, vio acercarse a un hombre que abrió la cajuela y cambió la rueda. Cuando se dio vuelta para agradecerle, ya no estaba.

¿Quiénes eran esos ayudantes misteriosos? ¿Amables desconocidos o algo más?

La imagen popular que tenemos de los ángeles como criaturas radiantes y aladas es una verdad a medias. Algunos lucen así (Isaías 6:2; Mateo 28:3), pero otros llegan con los pies sucios y con hambre (Génesis 18:1-5) o se confunden fácilmente con gente común (Jueces 13:16). El escritor de Hebreos afirma que al ser hospitalarios con desconocidos, podríamos estar recibiendo a ángeles (13:2).

No sabemos si los ayudantes de Luisa y Miguel fueron ángeles, pero podrían haberlo sido. Los ángeles están ayudando ahora mismo al pueblo de Dios (Hebreos 1:14). Y pueden lucir como cualquier persona en la calle.