En un video de YouTube, Alan Glustoff, un productor de queso, describió el proceso que aplicaba para madurarlo; proceso que le agrega sabor y textura. Antes de poder enviarlo al mercado, cada bloque de queso se coloca de seis a doce meses en una cueva subterránea. Un cuidado minucioso se le aplica en ese medio ambiente húmedo. «Hacemos lo mejor posible para darle el ambiente adecuado para desarrollarse […] y alcanzar su mayor potencial», explicaba Glustoff.
Su pasión por desarrollar el potencial del queso que produce me recuerda la pasión de Dios por lograr el «mayor potencial» de sus hijos para que se vuelvan fructíferos y maduros. En Efesios 4, el apóstol Pablo menciona a las personas que en los comienzos de la iglesia participaban en ese proceso: apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros (v. 11). Quienes tenían esos dones ayudaban a estimular el crecimiento de cada creyente y a fomentar las obras de servicio (v. 12). La meta es que lleguemos «a la condición de un hombre maduro, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo» (v. 13).
El crecimiento espiritual llega mediante el poder del Espíritu Santo, cuando nos sometemos a su proceso de maduración. Al seguir la guía de las personas que Él pone a nuestro lado, nos volvemos más eficaces cuando nos encomienda un servicio.