En la película de ficción Forrest Gump, Forrest se vuelve famoso por correr. Lo que comenzó como un trote «hasta el final del camino» continuó durante tres años, dos meses, catorce días y dieciséis horas. Cada vez que llegaba a un destino, establecía otro y seguía corriendo, yendo de un lado a otro de Estados Unidos, hasta un día en que ya no tuvo más ganas. «Tener ganas» fue la manera en que empezó a correr. Forrest dice: «Ese día, sin ninguna razón en particular, decidí salir a correr un poco».
En contraste con la carrera aparentemente caprichosa de Forrest, el apóstol Pablo les pide a sus lectores que sigan su ejemplo y corran de tal manera que obtengan el premio (1 Corintios 9:24). Como atletas disciplinados, nuestra carrera —nuestra manera de vivir— tal vez implique decir que no a algunos de nuestros placeres. Estar dispuestos a ceder nuestros derechos podría ayudar a alcanzar a otros con el mensaje del evangelio que nos rescata del pecado y la muerte.
Si corremos con el objetivo de dar a conocer a Cristo a otros e invitarlos a correr la carrera a nuestro lado, nos aseguramos recibir el premio supremo: la corona de vida que Dios otorga y que dura para siempre. ¡Qué gran motivación para correr!