«Las oraciones son inmortales» es la llamativa frase de E. M. Bounds, cuyos escritos clásicos sobre la oración han inspirado a varias generaciones. Sus comentarios sobre el poder y la naturaleza perdurable de nuestras oraciones siguen diciendo: «La muerte puede cerrar los labios que las han expresado, el corazón que las sintió quizá deje de latir, pero las oraciones continúan vivas delante de Dios; […] sobreviven a una generación, a una era, a un mundo».
¿Alguna vez te preguntaste si tus oraciones —en particular, las que nacieron en una dificultad, un dolor o un sufrimiento— llegan a Dios? Las profundas palabras de Bounds nos recuerdan la importancia de nuestras oraciones, al igual que Apocalipsis 8:1-5. La escena es en el cielo (v. 1), el trono de Dios y el centro de control del universo. Los asistentes están frente a Dios (v. 29), y un ángel —como los sacerdotes de la antigüedad— ofrece incienso y las oraciones de «todos los santos» (v. 3). ¡Qué alentadora es esta imagen de las oraciones ofrecidas a Dios en el cielo (v. 4)! Cuando pensamos que nuestras oraciones tal vez quedaron en el camino o se olvidaron, esta visión nos consuela e impulsa a seguir orando, ¡porque nuestras oraciones son preciosas para Dios!