En la novela de Leif Enger, Paz cual un río, Jeremiah Land es un padre soltero de tres hijos que trabaja de conserje en una escuela. También es un hombre de una fe profunda —y a veces milagrosa— que es probada con frecuencia.
Chester Holden, un hombre malvado y con una enfermedad en la piel, es el superintendente de la escuela. A pesar de que la ética laboral de Jeremiah es excelente, Holden quiere que se vaya. Un día, frente a todos los alumnos, lo acusa de borracho y lo despide. La escena es humillante.
¿Cómo reacciona Jeremiah? Podía amenazarlo con acciones legales por despedirlo injustamente o acusarlo, o aceptar la injusticia e irse. ¿Qué harías tú?
Jesús dice: «Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os aborrecen; bendecid a los que os maldicen, y orad por los que os calumnian» (Lucas 6:27-28). Estas exigentes palabras no se refieren a justificar el mal ni a impedir que se haga justicia, sino que nos invitan a imitar a Dios (v. 36) al preguntarnos: ¿Cómo puedo ayudar a mi enemigo a convertirse en todo lo que Dios quiere que sea?
Jeremiah mira a Holden por un instante, y luego, extiende la mano y le toca el rostro. Holden retrocede a la defensiva, y después se palpa la mejilla asombrado… la escara en su piel había sanado.
Un enemigo tocado por la gracia.