Hace poco, mi hijo participó en un «simulacro de personas sin hogar»: pasó tres días y dos noches viviendo en las calles y durmiendo al aire libre en un clima helado. Sin comida, dinero ni refugio, dependía de la bondad de extraños para suplir sus necesidades básicas. Un día, lo único que comió fue un sándwich que le compró un hombre cuando lo oyó pedir pan en un restaurante.
Al tiempo, mi hijo me dijo que esa fue una de las cosas más difíciles que hizo, pero que impactó profundamente su visión de los demás. El día posterior al «simulacro» lo pasó buscando a aquellos que no tenían casa y que lo habían ayudado en la calle, para hacer todo lo posible por ellos. Todos quedaron sorprendidos al descubrir que él sí tenía una casa, y agradecieron que se interesara lo suficiente para ver la vida como ellos.
La experiencia de mi hijo me trae a la mente las palabras de Jesús: «estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí. […] en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis» (Mateo 25:36, 40). Ya sea que demos una palabra de aliento o una bolsa con comida, Dios nos llama a ocuparnos con amor de las necesidades de los demás. Nuestra bondad a otros es bondad hacia Él.