Un brutal accidente automovilístico dejó a Mary Ann Franco completamente ciega. «Lo único que podía ver era oscuridad», explicó Franco. Veintiún años más tarde, se lesionó la espalda en una caída. Cuando despertó de la cirugía, ¡había recuperado la vista milagrosamente! El neurocirujano insistió en que no había explicación científica para su visión restaurada. La oscuridad que parecía tan definitiva dio paso a la belleza y la luz.

Las Escrituras y nuestra propia experiencia muestran que un velo de ignorancia y maldad está sobre el mundo, cegando a todos al amor de Dios (Isaías 25:7). El egoísmo y la avaricia, nuestra autosuficiencia, nuestras ansias de poder o imagen, todas estas inclinaciones oscurecen nuestra visión, impidiendo que veamos claramente al Dios que ha «hecho maravillas […] con toda fidelidad» (v. 1 lbla).

Librados a nuestros propios recursos, lo único que experimentamos es oscuridad, confusión y desesperación, y vamos a tientas, incapaces de ver el camino. Gracias a Dios, Isaías promete que el Señor «destruirá […] el velo que envuelve a todas las naciones» (v. 7).

No nos dejará sin esperanza. Su amor radiante elimina todo lo que nos ciega, y nos sorprende con una hermosa visión de una vida buena y una gracia abundante.