Juan y María paseaban a su perro cuando tropezaron con una lata que las lluvias habían desenterrado. Cuando la abrieron, ¡descubrieron monedas de oro antiquísimas! La pareja encontró siete latas más allí, con 1.427 monedas en total.

La reserva de monedas (valuada en diez millones de dólares) se llama el Tesoro de Saddle Ridge, el mayor hallazgo de esta clase en la historia estadounidense. La anécdota evoca la parábola que Jesús relató: «el reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo, el cual un hombre halla, y lo esconde de nuevo; y gozoso por ello va y vende todo lo que tiene, y compra aquel campo» (Mateo 13:44).

Los tesoros escondidos han atrapado la imaginación de las personas durante siglos, aunque sea muy raro hacer un descubrimiento semejante. Pero Jesús habla sobre un tesoro accesible a todos los que confiesan sus pecados, lo reciben y lo siguen (Juan 1:12).

Este es un tesoro que nunca se acabará. Mientras buscamos a Dios, encontramos su valor. A través de «las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús» (Efesios 2:7), Dios nos ofrece un tesoro inimaginable: nueva vida como sus hijos, un nuevo propósito en la tierra y el gozo incomprensible de la eternidad con Él.