En muchas ciudades grandes del mundo —entre ellas, París—, la gente se ocupa de ayudar a las personas sin techo en sus comunidades. Cubierta con bolsas impermeables, se cuelga ropa en lugares determinados para que esas personas que viven en la calle las lleven, según lo que necesiten. Las bolsas dicen en su etiqueta: «No estoy perdida; estoy aquí para ti si tienes frío». El emprendimiento no solo abriga a los que no tienen un refugio, sino que también le enseña a la comunidad cuán importante es ayudar a los necesitados.

La Biblia enfatiza la importancia de ocuparse de los pobres, y nos instruye que seamos «manos abiertas» para con ellos (Deuteronomio 15:11). Es posible verse tentado a desviar la vista de la situación de los pobres, aferrándonos a nuestros recursos en lugar de compartir. Pero Dios nos desafía a reconocer las necesidades y responder con generosidad, no con un «mezquino corazón» (v. 10). Jesús afirma que al dar a los pobres, recibimos un tesoro perpetuo en el cielo (Lucas 12:33).

Quizá solo Dios reconozca nuestra generosidad. Pero cuando damos de este modo, no solo suplimos las necesidades de otros, sino que experimentamos el gozo que Dios ha planeado que disfrutemos al proveer para los demás.