Estaba ansioso por regresar al Dispensario Saint James, en Montego, Jamaica, y volver a ver a Rendell, quien dos años antes había conocido sobre el amor de Jesús por él. Evie, una adolescente del coro con el que yo viajaba todas las primaveras, le había explicado el evangelio, y él recibió a Cristo como su Salvador personal.
Sin embargo, cuando entré a la sección de hombres y busqué su cama, estaba vacía. Las enfermeras me dijeron lo que yo no quería escuchar: Rendell había fallecido… cinco días antes de que llegáramos.
Entre lágrimas, envié un mensaje a Evie con la triste noticia. Su respuesta fue simple: «Rendell está festejando con Jesús». Y agregó: «Qué bueno que le hablamos de Jesús aquella vez».
Sus palabras me recordaron la importancia de estar preparados para hablarles a otros de la esperanza que tenemos en Cristo. No siempre es fácil proclamar el mensaje de Aquel que está con nosotros siempre (Mateo 28:20), pero al pensar en la diferencia que hizo Él en nosotros y en otros —como Rendell—, tal vez esto nos incentive a «hacer discípulos» dondequiera que vayamos (v. 19).
Nunca olvidaré la tristeza al ver aquella cama vacía… pero también el gozo de saber la diferencia que una adolescente fiel marcó para siempre en Rendell.