Mi amigo Chad pasó un año trabajando de pastor de ovejas en Wyoming. «Las ovejas son tan tontas que solo comen lo que tienen frente a ellas —me dijo —. Aunque se hayan comido toda la hierba que está adelante, no se dan vuelta para buscar una parte verde… ¡y empiezan a comer tierra!».
Nos reímos, y no pude evitar pensar en la frecuencia con que la Biblia compara a los seres humanos con ovejas. ¡Con razón necesitamos un pastor! Pero como las ovejas son tan tontas, no sirve cualquier pastor, ya que precisan a alguien que se interese por ellas. El profeta Ezequiel comparó al pueblo de Dios, exiliado en Babilonia, a ovejas guiadas por pastores malos. Los líderes de Israel, en vez de cuidar al rebaño, lo habían explotado, beneficiándose de él (v. 3); y luego, dejándolo expuesto a que los animales salvajes lo devoraran (v. 5).
Pero aún había esperanzas. Dios, el buen Pastor, prometió rescatarlos, regresarlos a casa, ponerlos en pasturas abundantes y darles descanso. Sanaría a los heridos y buscaría a los perdidos (vv. 11-16), y echaría a los animales para que su rebaño estuviera seguro (v. 14).
Los miembros del rebaño de Dios necesitan cuidado y guía. ¡Qué bendición tener un Pastor que siempre nos lleva a pastos verdes! (v. 14).