Durante unas vacaciones, mi esposo y yo nos anotamos para un paseo en balsa por el río. Vestida con sandalias, un vestido de verano y un amplio sombrero, me quejé al descubrir que, contrario a lo anunciado, el paseo incluía rápidos suaves. Gracias a Dios, íbamos con una pareja experimentada en aguas rápidas. Nos enseñaron lo esencial para remar, y prometieron llevarnos a salvo a nuestro destino. Agradecida por mi chaleco salvavidas, gritaba y me mantenía aferrada a la balsa hasta que llegamos a la ribera río abajo. Terminamos riéndonos, empapados, aunque el paseo no había correspondido con el anuncio.
A diferencia del folleto turístico, que había omitido un detalle clave, Jesús les advirtió a sus discípulos que habría aguas bravas en su camino. Les dijo que los perseguirían y los martirizarían, y que Él moriría y resucitaría. También les garantizó que podían confiar en Él, y que los guiaría hacia un triunfo indudable y una esperanza eterna (Juan 16:16-33).
Aunque sería lindo que la vida fuera más fácil cuando seguimos a Jesús, Él fue claro en que sus discípulos tendrían dificultades. Sin embargo, prometió estar con nosotros. Las pruebas no definen, limitan ni destruyen el plan de Dios para nosotros, porque la resurrección de Jesús ya nos lanzó a una victoria eterna.