Después de servir a su país durante décadas como piloto de helicópteros, Santiago volvió a su comunidad para trabajar como maestro. Pero como extrañaba volar, trabajó en un hospital en evacuaciones médicas.
Ahora había llegado el momento de despedirse de él. Mientras amigos, familiares y colegas uniformados estaban reunidos en el cementerio, un compañero de trabajo hizo un último llamado por la radio. Pronto, se pudo escuchar el sonido peculiar de aspas que giraban. Un helicóptero sobrevoló el lugar, se detuvo en el aire como muestra de respeto y regresó al hospital. Ni siquiera el personal militar pudo contener las lágrimas.
Cuando el rey Saúl y su hijo Jonatán murieron en batalla, David escribió una elegía memorable llamada «el cántico del arco» (2 Samuel 1:17 LBLA): «¡Ha perecido la gloria de Israel sobre tus alturas! ¡Cómo han caído los valientes!». Aunque David y Saúl habían sido enemigos, honró a ambos. Jonatán había sido su mejor amigo y su aliado. Escribió: «llorad por Saúl […]. Angustia tengo por ti, hermano mío Jonatán» (vv. 24, 26).
Aun las mejores despedidas son muy difíciles. Pero, para los que confiamos en el Señor, el recuerdo de ellas es mucho más dulce que amargo, ya que nunca son para siempre. ¡Qué bueno es poder honrar a quienes sirvieron a otros!