Mi madre descubrió a mi gatita Velvet arriba de la mesada de la cocina, devorando el pan casero. Con un suspiro de frustración, la echó por la puerta. Horas después, buscamos sin éxito por todo el patio a la gata desaparecida. Un débil miau se oyó con el viento; entonces, miré hacia la copa de un álamo, donde una mancha negra se veía sobre una rama.
En su apuro por huir, Velvet escogió una solución aun más insegura. ¿Es posible que nosotros hagamos a veces algo parecido: escapar de nuestros errores y ponernos en peligro? Pero, aun así, Dios viene a rescatarnos.
El profeta Jonás desobedeció el llamado de Dios de ir a Nínive, y huyó y se lo tragó un gran pez. «Entonces oró Jonás al Señor su Dios desde el vientre del pez, y dijo: Invoqué en mi angustia al Señor, y él me oyó; desde el seno del Seol clamé, y mi voz oíste» (Jonás 2:1-2). Tras escuchar el ruego de Jonás, «mandó el Señor al pez, y vomitó a Jonás en tierra» (v. 10). De este modo, Dios le dio a Jonás otra oportunidad (3:1).
Después de agotar los esfuerzos por bajar a Velvet, llamamos a los bomberos. Con la escalera más larga extendida, un hombre amable subió, sacó mi gatita de entre las ramas y la devolvió a la protección de mis brazos.
¡Dios nos rescata de las alturas o las profundidades de nuestra desobediencia con su amor redentor!