«¡Oye! —me dijo mi esposa por teléfono—. ¡Hay un mono en nuestro jardín!». Y giró el aparato para que escuchara. Y sí, sonaba como un mono, lo cual es raro, ya que el mono salvaje más cercano estaba a más de 3.000 kilómetros de distancia.
Entonces, mi suegro nos pinchó el globo. «Es un mochuelo», explicó. En realidad, no era lo que parecía.
Cuando el ejército del rey Senaquerib tenía atrapado dentro de los muros de Jerusalén a Ezequías, el rey de Judá, los asirios pensaron que triunfarían. Pero la realidad fue otra. Aunque el comandante asirio simuló hablar de parte de Dios para que se rindieran («viviréis, y no moriréis», 2 Reyes 18:32), el Señor estaba protegiendo a su pueblo (2 Reyes 18:25, 32). Sonaba como algo que Dios podría decir, pero el profeta Isaías les dijo las verdaderas palabras del Señor: «[Senaquerib] no entrará en esta ciudad», y «yo ampararé a esta ciudad para salvarla» (19:32-34; Isaías 37:35). Esa misma noche, «el ángel del Señor» destruyó a los asirios (19:35).
De vez en cuando, encontraremos personas que, con mucha labia, nos «aconsejarán», mientras niegan el poder de Dios. Esa no es la voz del Señor. Él habla a través de su Palabra y nos guía con su Espíritu. Su mano está sobre los que le siguen, y nunca nos abandonará.