Rima, una mujer siria que acababa de mudarse a los Estados Unidos, trataba de explicar con ademanes y su limitado inglés por qué estaba decepcionada. Con lágrimas, mostraba un plato hermosamente adornado de fatayer (tartaletas de carne, queso y espinaca) que había preparado. Dijo: «Un hombre», y señaló de la puerta a la sala y de nuevo a la puerta. Su tutor sabía que personas de una iglesia cercana irían a visitarla y llevarle regalos. Pero apareció solamente un hombre; entró apurado, dejó las cajas y se fue, solo para cumplir con su responsabilidad, mientras que Rima y su familia anhelaban compartir su fatayer con sus nuevos amigos.
Pasar tiempo con la gente era a lo que Jesús se dedicaba. Asistía a comidas, enseñaba a las multitudes y tomaba tiempo para interactuar con personas individualmente. Incluso, se autoinvitó a la casa de Zaqueo, el recaudador de impuestos que se había trepado a un árbol para verlo. Le dijo: «Date prisa, desciende, porque hoy es necesario que pose yo en tu casa» (Lucas 19:1-9). Y la vida de Zaqueo cambió para siempre.
Nuestras responsabilidades no siempre nos permitirán apartar un tiempo, pero, cuando lo hacemos, tenemos el privilegio maravilloso de estar con otros y ver cómo obra Dios a través de nosotros.