Su nombre era David, pero la mayoría lo llamaba simplemente «el violinista callejero». David era un anciano desaliñado que solía estar en lugares populares de nuestra ciudad, interpretando para los transeúntes con su inusual habilidad con el violín. A cambio de la música, los oyentes ponían a veces dinero en el estuche abierto del instrumento que estaba en la acera delante de él. David sonreía e inclinaba la cabeza con gratitud, y seguía tocando.
Cuando murió, el periódico local reveló en su obituario que David hablaba varios idiomas, era graduado de una universidad prestigiosa y también había sido candidato a senador. Algunos se sorprendieron de tantos logros, luego de haberlo valorado por su sola apariencia.
La Escritura nos dice que «creó Dios al hombre a su imagen» (Génesis 1:27). Esto revela una valía inherente a cada persona, al margen de cómo lucimos, qué logramos o lo que los demás piensan de nosotros. Sin embargo, aunque escogimos alejarnos de Dios, nos valoró tanto que envió a su Hijo único para mostrarnos el camino a la salvación y la eternidad con Él.
Dios nos ama, y estamos rodeados de personas preciosas para Él. Que podamos expresar nuestro amor al Señor compartiendo su amor con los demás.