Cuando mi hijo Xavier tenía seis años, una amiga trajo a su niño pequeño de visita, y Xavier quiso darle unos juguetes. Me encantó la generosidad de nuestro pequeño, hasta que le ofreció un animal de peluche que mi esposo había buscado en varias tiendas de diferentes ciudades hasta conseguirlo. Como sabía que era un juguete muy buscado, mi amiga trató delicadamente de rechazarlo. Aun así, Xavier puso el regalo en las manos de su hijo y dijo: «Mi papi me da muchos regalos para compartir».
Aunque me gustaría decir que mi hijo aprendió de mí a ser generoso, a menudo, no doy de lo que tengo a Dios y a los demás. Pero, cuando recuerdo que mi Padre celestial me da todo lo que tengo y necesito, es más fácil compartir.
Dios les ordenó a los israelitas que confiaran en Él y dieran parte de sus provisiones a los levitas, quienes, a su vez, ayudarían a otros. Cuando se negaron, el profeta Malaquías les dijo que estaban robando al Señor (Malaquías 3:8-9). Pero, que si daban voluntariamente, mostrando su confianza en la provisión y la protección prometidas por Dios (vs. 10-11), otros reconocerían que eran el pueblo bendito del Señor (v. 12).
Dar puede ser un acto de adoración. Y hacerlo con liberalidad y sin temor muestra nuestra confianza en nuestro Padre amoroso, el Dador supremo.