Asisto a una iglesia ubicada en un campo grande y abierto; algo raro en la isla de Singapur, que mide apenas 40 kilómetros de largo por casi 25 de ancho. Hace un tiempo, personas extranjeras que trabajan en mi país empezaron a hacer pícnics los domingos en el terreno de la iglesia.
Esto despertó diversas respuestas de los miembros la iglesia. A algunos les preocupaba el desorden que dejaban, pero otros lo consideraron una oportunidad puesta por Dios brindar hospitalidad a un maravilloso grupo de extranjeros… ¡sin siquiera tener que salir de la propiedad de la iglesia!
Es probable que los israelitas hayan enfrentado situaciones similares. Después de establecerse en su nueva tierra, tuvieron que tratar de resolver cómo relacionarse con los otros pueblos. Pero Dios, expresamente, les ordenó que trataran a los extranjeros como iguales, y que los amaran como a sí mismos (Levítico 19:34). Muchas de sus leyes los mencionaban de manera especial: no deb´ían ser maltratados ni oprimidos, sino amados y ayudados (Éxodo 23:9; Deuteronomio 10:19). Siglos después, Jesús nos ordenaría lo mismo: amar a nuestros prójimos como a nosotros mismos (Marcos 12:31).
Recordemos que somos peregrinos en esta Tierra, pero que Dios nos amó y nos trató como a su pueblo.