Cuando era niña, me encantaba ir a las reuniones del domingo por la noche en la iglesia. Eran emocionantes porque podía escuchar a misioneros y otros oradores invitados. Sus mensajes me inspiraban debido a su disposición a dejar familia y amigos —a veces, casas, posesiones y profesiones— para ir a lugares extraños, desconocidos y, en ocasiones, peligrosos para servir a Dios.
Como esos misioneros, Eliseo dejó muchas cosas para seguir a Dios (1 Reyes 19:19-21). Antes de que el Señor lo llamara, no sabemos mucho de él, excepto que era granjero. Cuando el profeta Elías lo encontró en el campo arando, le arrojó su manto (el símbolo de su rol de sacerdote) sobre los hombros y lo invitó a seguirlo. Tras pedir solamente despedirse de sus padres, Eliseo sacrificó inmediatamente su buey, quemó su arado, dijo adiós a su familia… y siguió a Elías.
Aunque no muchos somos llamados a dejar familia y amigos para servir a Dios como misioneros a tiempo completo, Él quiere que todos lo sigamos y que «cada uno como el Señor le repartió, y como Dios llamó a cada uno, así haga» (1 Corintios 7:17). Tal como ha sido a menudo mi experiencia, servir a Dios puede ser emocionante y exigente, independientemente de dónde estemos; aunque nunca dejemos nuestro hogar.