A las personas que alcanzan un nivel extraordinario de fama y reputación mientras están vivas, suele llamárselas «una leyenda en su propio tiempo». Un amigo mío que jugaba béisbol profesional dice que conoció a muchos en el mundo de los deportes que eran solo «una leyenda en su propia mente». La soberbia suele distorsionar nuestra forma de vernos, mientras que la humildad brinda una perspectiva realista.
El escritor de Proverbios dijo: «Antes del quebrantamiento es la soberbia, y antes de la caída la altivez de espíritu» (16:18). Vernos en el espejo de nuestra propia importancia refleja una imagen distorsionada.
El antídoto para el veneno de la arrogancia es la humildad verdadera que procede de Dios. «Mejor es humillar el espíritu con los humildes que repartir despojos con los soberbios» (v. 19).
Jesús dijo a sus discípulos: «el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo; como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos» (Mateo 20:26-28).
No hay nada malo en tener éxito. El desafío es permanecer enfocados en Aquel que nos invita a seguirlo, diciendo: «aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón» (11:29).