Diversas tradiciones de Navidad caracterizan a los países donde se celebra. Al ver las flores de poinsetia, deberíamos agradecerle a México; al comer turrones, dar gracias a Italia y España; al decir o escuchar la palabra «Noel», expresar gratitud a Francia.
Pero, al disfrutar de nuestras tradiciones navideñas, costumbres recolectadas de todo el mundo, debemos dar nuestro mayor y más profundo «gracias» a nuestro Dios bueno, misericordioso y amoroso. De Él, vino la razón de nuestra celebración: el bebé nacido en aquel pesebre de Judea hace más de dos mil años. Un ángel anunció la llegada de este regalo a la humanidad, diciendo: «os doy nuevas de gran gozo […]: que os ha nacido hoy […] un Salvador, que es CRISTO el Señor» (Lucas 2:10-11).
Esta Navidad, aun a la luz del iluminado árbol de Navidad y rodeados de regalos recién abiertos, el verdadero entusiasmo se manifiesta al dirigir nuestra atención al bebé llamado Jesús, quien vino para salvar «a su pueblo de sus pecados» (Mateo 1:21). Su nacimiento trasciende las tradiciones; es el foco de nuestra gratitud al alabar a Dios por este regalo indescriptible de Navidad.