Una anciana llamada Violeta estaba sentada sobre su cama en una enfermería, y sonrió cuando unos adolescentes fueron a visitarla. El aire caliente del mediodía abatía sin tregua, pero ella no se quejaba. En cambio, sonrió de oreja a oreja y cantó: «¡Voy corriendo, brincando, saltando y alabando al Señor!». Mientras cantaba, agitaba los brazos como si estuviera corriendo. Los ojos de los que la rodeaban se llenaron de lágrimas, porque Violeta no tenía piernas. Estaba cantando porque, según ella: «En el cielo, tendré piernas para correr».
El gozo y la expectativa de Violeta sobre el cielo le añaden un nuevo vigor a las palabras de Pablo en Filipenses 1: «Mas si el vivir en la carne resulta para mí en beneficio de la obra, no sé entonces qué escoger. Porque de ambas cosas estoy puesto en estrecho, teniendo deseo de partir y estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor» (vv. 22-23).
Todos enfrentamos momentos difíciles que pueden hacer que anhelemos la promesa del alivio celestial. Pero, así como Violeta se goza a pesar de sus circunstancias actuales, nosotros también podemos seguir «corriendo, brincando, saltando y alabando al Señor», tanto por la vida abundante que nos da aquí como por el gozo supremo que nos espera.