En un proceso judicial, los testigos son participantes activos que ayudan a determinar el resultado de un caso. Lo mismo es verdad sobre nuestro testimonio para Cristo. Debemos participar de forma activa en una cuestión importantísima: la verdad sobre la muerte y la resurrección de Jesús.
Cuando Juan el Bautista vino a hablar de Jesús, la Luz del mundo, lo hizo al declarar lo que sabía de Él. Y Juan, el discípulo que registró estos sucesos, testificó: «Y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad» (Juan 1:14 LBLA). El apóstol Pablo ampliaría esta idea, cuando le dijo al joven Timoteo: «Lo que has oído de mí ante muchos testigos, esto encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros» (2 Timoteo 2:2).
Todos los cristianos han sido convocados ante el tribunal del mundo. La Biblia enseña que no somos meros espectadores, sino participantes activos. Testificamos sobre la verdad de la muerte y la resurrección de Jesús. Juan el Bautista fue la voz que clamaba en el desierto. Nuestras voces pueden escucharse en el trabajo, el vecindario, la iglesia y entre nuestros familiares y amigos. Podemos ser testigos activos y hablar sobre la realidad de Jesús en nuestra vida.