Cuando era niño, me encantaba leer los libros de L. Frank Baum sobre la Tierra de Oz. Hace poco, encontré un ejemplar de Rinkitink en Oz, con todo el material gráfico original. Me volví a reír con las payasadas del bondadoso e irreprimible rey Rinkitink, a quien el joven príncipe Inga describe de manera sin igual: «Su corazón es bondadoso y amable, lo cual es mucho mejor que ser sabio».
¡Qué descripción tan sencilla y sensata! Pero ¿quién no ha lastimado el corazón de alguien querido con una palabra dura? Al hacerlo, perturbamos la paz del momento y destruimos gran parte del bien que hemos hecho por aquellos a quienes amamos. Como dijo Hannah More: «Una pequeña descortesía es una gran ofensa».
Pero aquí está la buena noticia: toda persona puede volverse bondadosa. Quizá no podamos predicar un mensaje inspirador, responder preguntas difíciles ni evangelizar multitudes, pero sí podemos ser amables.
¿Cómo? Con la oración. Solo así puede ablandarse nuestro corazón: «Pon guarda a mi boca, oh Señor; guarda la puerta de mis labios. No dejes que se incline mi corazón a cosa mala [o áspera]…» (Salmo 141:3-4).
En un mundo donde el amor se ha enfriado, la bondad que brota del corazón de Dios es lo más útil y sanador que podemos ofrecer.