Nacida en la esclavitud y maltratada de niña, Harriet Tubman (aprox. 1822-1913) encontró un rayo de esperanza en las historias bíblicas que le narraba su madre. El relato de la liberación de la esclavitud en Egipto le mostró un Dios que deseaba que su pueblo fuera libre.
Aunque logró su libertad, no podía estar contenta al saber que tantas personas seguían atrapadas y cautivas. Entonces, encabezó más de una decena de misiones de rescate para liberar a los que continuaban esclavos, sin importarle el peligro. «Solo puedo morirme una vez», decía.
Harriet entendía esta verdad: «no temáis a los que matan el cuerpo, mas el alma no pueden matar» (Mateo 10:28). Jesús dijo esto al enviar a sus discípulos en su primera misión. Sabía que enfrentarían peligros y que no todos los recibirían con calidez. Entonces, ¿para qué arriesgarlos? La respuesta está en el capítulo anterior: «al ver las multitudes, [Jesús] tuvo compasión de ellas; porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor (9:36).
Que esta mujer no pudiera olvidar a los que continuaban esclavos nos muestra un cuadro de Cristo, quien no se olvidó de nosotros cuando estábamos atrapados en nuestros pecados. Su ejemplo nos inspira a buscar a los que no tienen esperanza.