En medio de los inviernos helados y con nieve, la esperanza de la llegada de la primavera sostiene a quienes viven en regiones muy frías del mundo. El primer mes de primavera, esa esperanza tiene su recompensa, ya que los cambios son notorios. Los tallos que parecían inertes se convierten en ramas con hojas verdes que, poco después, saludan ondulantes. Aunque el cambio diario es imperceptible, para finales del primer mes, los paisajes grises se llenan de verde.

Dios creó las cosas con un ciclo de descanso y renovación. Lo que para nosotros es muerte, para Dios es descanso. Y, así como el descanso es la preparación para la renovación, la muerte es la preparación para la resurrección.

Me encanta ver brotar los bosques cada primavera, porque me recuerda que la muerte es un estado temporal, cuyo propósito es preparar para una nueva vida, para un nuevo comienzo, para algo aun mejor. «Si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto» (Juan 12:24).

Aunque el polen de primavera es una molestia cuando nos hace estornudar, me recuerda que Dios está dedicado a mantener vivas las cosas. Él prometió que, después del dolor de la muerte, los que creen en su Hijo resucitarán con cuerpos gloriosos.