Los gemidos de los otros pacientes me conmovieron mientras acompañaba a un amigo mío en la sala de emergencias de un hospital. Al orar interiormente por todos ellos, volví a reflexionar sobre la brevedad de nuestra vida en la Tierra, y me vino a la mente una antigua canción que habla de que el mundo no es nuestro hogar y de que «soy peregrino aquí».
Nos rodea el agotamiento, la angustia, el hambre, las deudas, la pobreza, la enfermedad y la muerte. Como estamos obligados a ser peregrinos en este mundo, la invitación de Jesús es oportuna y bienvenida: «Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar» (Mateo 11:28). Necesitamos este descanso.
En casi todos los funerales a los que he asistido, se habló de la visión de Juan de «un cielo nuevo y una tierra nueva» (Apocalipsis 21:1-5), lo cual es, sin duda, importante en tales situaciones.
Sin embargo, me parece que ese pasaje es más para los vivos que para los muertos. El momento de escuchar la invitación de Jesús a descansar en Él es mientras vivimos. Solo entonces podemos apropiarnos de las promesas celestiales de Apocalipsis: Dios morará entre nosotros (v. 3) y secará toda lágrima (v. 4), y «ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor» (v. 4).