Durante un helado invierno en la zona donde vivimos, había sentimientos encontrados respecto al clima. A medida que las nevadas se agudizaban, muchos ya se habían cansado de la nieve y se quejaban de las bajas temperaturas pronosticadas.
Sin embargo, yo seguía maravillándome ante la majestuosa belleza de la nieve. Aunque no dejaba de quitarla de la entrada a mi garaje y amontonarla en pilas más altas que yo, esa cosa blanca me cautivaba. Un día, cristales de hielo cayeron sobre la nieve ya vieja, y parecía como si el paisaje hubiese sido rociado con polvo de diamantes.
En la Escritura, la nieve tiene diversos propósitos. Dios la envía como una muestra de su majestad creadora (Job 37:6; 38:22-23). Los montes nevados irrigan los áridos valles. Sin embargo, lo más importante es que Dios emplea la nieve como una imagen del perdón. El evangelio de Jesús ofrece la manera de ser limpiados de nuestros pecados y que nuestro corazón se vuelva «más blanco que la nieve» (Salmo 51:7; Isaías 1:18).
La próxima vez que veas nieve, directamente o en fotos, da gracias a Dios por el perdón y la liberación del castigo del pecado que este hermoso regalo de la naturaleza representa para todos los que hemos puesto nuestra fe en Cristo para ser salvos.