El clásico cuento de O. Henry, El regalo de los reyes magos, narra la historia de Jim y Delia, un matrimonio que atravesaba problemas financieros. La Navidad se acercaba y querían hacerse regalos especiales, pero la falta de dinero los llevó a tomar medidas drásticas. El bien más preciado de Jim era un reloj de oro, y el de Delia, su cabello largo y hermoso. Entonces, Jim vendió su reloj para comprarle unas peinetas a su esposa, mientras que ella vendió su cabello y compró una cadena para el reloj de su marido.

Merecidamente, esta historia se ha vuelto muy preciada, ya que señala que la esencia y la medida del amor verdadero es el sacrificio. Este concepto se aplica particularmente a la Navidad, porque el sacrificio es la clave de la historia del nacimiento de Cristo: nació para morir, y para morir por nosotros. Por eso, el ángel dijo a José: «llamarás su nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados» (Mateo 1:21).

Mucho antes de que Jesús naciera, se había determinado que viniera a rescatarnos del pecado en que habíamos caído. Así que, jamás podremos apreciar en plenitud el pesebre a menos que lo veamos a la sombra de la cruz. La Navidad se trata del amor de Cristo, el cual destella con total intensidad en su sacrificio por nosotros.