Me asombra la historia de los perros paracaidistas de la Segunda Guerra Mundial. Mientras las tropas aliadas se preparaban para el Día D, usaban la agudeza sensorial de los perros, los cuales, a través de su olfato, advertían del peligro de los campos minados y las guiaban por lugares seguros. Sin embargo, la única manera de hacer que los soldados ubicados detrás del frente enemigo dispusieran de esos perros era lanzándolos en paracaídas. Por instinto, a los perros eso les da miedo… y para ser sinceros, no son los únicos. De todos modos, después de semanas de entrenamiento, aquellos animales aprendían a confiar en sus amos lo suficiente como para saltar cuando se lo indicaban.

Me pregunto si nosotros confiamos tanto en el Señor como para hacer cosas que, instintivamente, no haríamos nunca o nos darían miedo. Por naturaleza, tal vez no seamos generosos, perdonadores o pacientes con quienes nos desagradan. Sin embargo, Jesús manda que confiemos en Él para hacer cosas potencialmente difíciles, pero que serán de beneficio para su obra, y que digamos: «Porque en ti he confiado; hazme saber el camino por donde ande» (Salmo 143:8).

Así como aquellos perros recibían medallas por su valentía, el Señor también nos recompensará por nuestra obediencia.