Madaleno es albañil. De lunes a jueves, construye paredes y repara techos. Es callado, confiable y trabajador. Después, de viernes a domingo, sube a las montañas a enseñar la Palabra de Dios. Habla náhuatl, un dialecto mejicano, lo que le permite comunicar sin problema la buena noticia de Jesús a la gente de esa región. Con 70 años, sigue construyendo casas, pero también edifica a la familia de Dios.
Lo han amenazado varias veces, ha dormido al aire libre y casi muere en accidentes automovilísticos y caídas. También lo han echado de algunos pueblos, pero él afirma que Dios lo ha llamado a esa actividad, y sirve con alegría. Como cree que la gente necesita conocer al Señor, confía en que Dios lo fortalecerá.
La fidelidad de Madaleno me recuerda la de Josué y Caleb, dos de los hombres que Moisés envió a explorar la tierra prometida para informar a los israelitas (Números 13; Josué 14:6-13). Sus compañeros regresaron atemorizados, pero ellos confiaban en Dios y estaban convencidos de que Él los ayudaría a conquistar la tierra.
La obra que se nos ha encomendado quizá sea diferente a la de Madaleno o la de Josué y Caleb, pero nuestra confianza puede ser igual. Para alcanzar a otros, no dependemos de nosotros mismos, sino del poder de nuestro Dios.