En septiembre de 2011, un incendio voraz destruyó 600 casas en el casco urbano y los alrededores de una ciudad en Estados Unidos. Pocas semanas después, un artículo de un periódico se titulaba: «Las personas que más perdieron se concentran en lo que no se perdió». Allí se describían las abundantes muestras de generosidad de la comunidad y el reconocimiento de quienes habían recibido ayuda. Vecinos, amigos y demás residentes del lugar eran mucho más valiosos que lo que habían perdido.

El escritor de Hebreos les pidió a los seguidores de Jesús en el siglo I que no olvidaran la valentía con que habían soportado la persecución al principio de su vida cristiana. Se mantuvieron firmes frente a los insultos y la opresión, resistiendo codo a codo con los otros creyentes (Hebreos 10:32-33). «Sufristeis con gozo, sabiendo que tenéis en vosotros una mejor y perdurable herencia en los cielos» (v. 34). No se enfocaban en lo que habían perdido, sino en las cosas eternas que no podían quitarles.

Jesús dijo a sus seguidores: «Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón» (Mateo 6:21). Cuando nos concentramos en el Señor y todo lo que tenemos en Él, aun nuestras posesiones más valiosas parecen insignificantes.