Hace 100 años, con 41 años de edad, Oswald Chambers llegó a Egipto para servir como capellán de las tropas de la Mancomunidad de Naciones, durante la Primera Guerra Mundial. Lo asignaron a un campamento en Zeitoun, a unos diez kilómetros al norte de El Cairo. La primera noche que pasó allí, escribió en su diario: «Esta [zona] es un absoluto desierto en el corazón mismo de los soldados y una oportunidad gloriosa para los hombres. Es totalmente diferente a todo lo que he estado acostumbrado, y aguardo con interés las cosas nuevas que Dios diseñará y hará».

Chambers creía y practicaba las palabras de Proverbios 3:5-6: «Fíate del Señor de todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia. Reconócelo en todos tus caminos, y él enderezará tus veredas».

Esto es, al mismo tiempo, un consuelo y un desafío. Saber que el Señor nos guiará todos los días da seguridad, pero no debemos aferrarnos tanto a nuestros planes como para oponernos a su tiempo y sus caminos.

«No tenemos derecho a juzgar dónde somos colocados o a presuponer para qué está preparándonos el Señor —declaró Chambers—. Dios orquesta todo. Dondequiera que nos ponga, nuestro principal objetivo es consagrarnos a Él de todo corazón en esa tarea en particular».