Todavía recuerdo el rostro sorprendido de mi amigo cuando entré corriendo por la puerta delantera de su casa hace casi 50 años, rodeado de una «banda» de abejas. Cuando salí por la puerta de atrás, me di cuenta de que las abejas ya no estaban. Bueno, en cierto modo… ¡ya que las había dejado dentro de la casa! Poco después, él también salió corriendo, perseguido por las abejas que yo le había llevado.
Yo tuve varias picaduras sin muchas consecuencias, pero la experiencia de él fue diferente. Aunque solo tenía una o dos picaduras de «mis» abejas, se le inflamaron los ojos y la garganta tras una reacción alérgica. Mis acciones le habían provocado mucho dolor a mi amigo.
Este es un cuadro de lo que sucede en nuestras relaciones interpersonales. Cuando no actuamos como cristianos, herimos a los demás. Aun después de pedir disculpas, la «picadura» sigue.
La gente tendría razón al esperar que los seguidores de Cristo no fueran ásperos y mostraran paciencia. A veces, nos olvidamos de que las personas que luchan con la fe, la vida o con ambas cosas observan expectantes a los creyentes. Esperan ver menos enojo y más misericordia, menos juicio y más compasión, menos crítica y más estímulo. Jesús y Pedro nos dijeron que vivamos vidas buenas para que Dios sea glorificado (Mateo 5:16; 1 Pedro 2:12). Que nuestras acciones y reacciones guíen a los que nos rodean hacia nuestro Padre amoroso.