Hace poco, mi hija me mostró su colección de vidrios de mar. Conocidos también como vidrios de playa, los diversos trozos de vidrios de colores son, a veces, pedazos de artesanías, pero, muy a menudo, son partes de botellas de vidrio rotas. En un principio, el vidrio tenía un propósito, pero luego fue desechado por casualidad y se rompió.

Si el vidrio descartado termina en un océano, ese es solo el comienzo de su viaje. A medida que las corrientes y las mareas lo arrastran incansablemente, la arena y las olas pulen sus bordes agudos y, con el tiempo, se vuelve suave y redondeado. El resultado es una pieza hermosa. El vidrio de mar, parecido a una joya, ha hallado una vida nueva y es atesorado por coleccionistas y artistas.

De manera similar, una vida rota puede renovarse con el toque del amor y la gracia de Dios. En el Antiguo Testamento, leemos que, cuando el profeta Jeremías observó la obra de un alfarero, notó que si un objeto se rompía, el artesano simplemente lo rehacía (Jeremías 18:1-6). Dios explicó que, en sus manos, el antiguo pueblo de Israel era como el barro, el cual Él podía moldear como lo considerara más apropiado.

Nunca estamos tan rotos como para que Dios no pueda recomponernos. Él nos ama a pesar de nuestras imperfecciones y errores del pasado, y desea hacernos hermosos.