Me sorprendió ver un artículo en un periódico de gran tirada que elogiaba a un grupo de jóvenes que practican snowboard y que tienen reuniones cristianas semanales en la ladera de una montaña. La historia escrita por Kimberly Nicoletti en un periódico atrajo una gran audiencia con su relato sobre este grupo que ama practicar este deporte y contar cómo Jesús les cambió la vida. A estos jóvenes los respalda una organización juvenil cristiana que los entrena para demostrar el amor de Dios.
Es más fácil hacer cosas uno mismo que entrenar a otros; no obstante, Jesús invirtió su vida en una docena de discípulos a través de los cuales se extendería la obra de Dios a todo el mundo. En medio de la necesidad imperiosa de personas que clamaban para ser sanadas, el Señor subió a un monte, y allí «estableció a doce, para que estuviesen con él, y para enviarlos a predicar» (Marcos 3:14).
Una de aquellas deportistas de snowboard declaró en cuanto a su entrenamiento para el discipulado: «Nunca tuve capacidad para desarrollar relaciones interpersonales con familiares ni amigos; los mantenía a cierta distancia. [El programa] me mostró el amor de Dios y abrió mi corazón para que me extendiera a otras personas»
Cuando experimentamos el amor de Cristo y estamos en compañía de Él y de sus seguidores, encontramos valor para actuar y hablar de maneras que honren a nuestro Señor.