Hace unos años, tuve un accidente bastante grave mientras esquiaba en la nieve y me desgarré un músculo de la pierna. El médico me dijo que el desgarro me había hecho perder mucha sangre. El proceso de curación fue lento, pero durante la espera, quedé asombrado ante la grandeza de nuestro Creador (ver Colosenses 1:16).
He abollado un par de paragolpes de automóvil y roto algunos platos, y siguieron en esa condición; pero mi pierna no. En cuanto se desgarró el músculo, los mecanismos internos de cicatrización que Dios creó en mi cuerpo empezaron a actuar. De manera invisible, en lo profundo de mi pierna dolorida, los remedios de su maravilloso diseño sanaban la herida. Poco después, estaba andando y corriendo otra vez, con una comprensión completamente renovada de lo que el salmista quiso decir al expresar que las obras del Señor son «formidables, maravillosas». Mi corazón se llenó de alabanza (Salmo 139:14).
A veces, hace falta algo como un accidente o una enfermedad para que nos acordemos de la obra maestra que constituye nuestro cuerpo. Así que, la próxima vez que enfrentes una interrupción inesperada, sin importar su causa, ¡centra tu atención en el amor maravilloso de Cristo y permítele elevar tu corazón en gratitud y adoración aun en medio del dolor!