Un hombre que estaba perdido y solo en una isla fue finalmente encontrado. Los que lo rescataron le preguntaron sobre las tres chozas que veían allí, y señalándolas, él contestó: «Esta es mi casa y esa es mi iglesia». Después, señaló la tercera: «Esa es mi ex iglesia». Aunque tal vez nos riamos ante esta tonta historia, ciertamente señala una preocupación sobre la unidad entre los creyentes.
En la época de Pablo, la iglesia de Éfeso estaba formada por ricos y pobres, judíos y gentiles, hombres y mujeres, amos y esclavos. Y donde hay diferencias, también hay fricción. Una de las preocupaciones del apóstol era el tema de la unidad. Pero observa lo que declaró en Efesios 4:3. No les dijo que se esforzaran para producir unidad u organizarla, sino que fueran solícitos «en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz». La unidad ya existe porque los creyentes comparten un cuerpo, un Espíritu, una esperanza, un Señor, una fe, un bautismo, y un Dios y Padre de todos (vv. 4-6).
¿Cómo guardamos la unidad? Expresando nuestras opiniones diferentes y convicciones con humildad, bondad y paciencia (v. 2). El Espíritu nos da el poder para reaccionar con amor hacia aquellos con quienes discrepamos.