Una vez, mientras llevaba de regreso con su familia a nuestro nieto Alex, que había venido a visitarnos, el tránsito parecía particularmente complicado. Automóviles que maniobraban rápidamente impidieron que me colocara en el carril correcto del peaje, y tuve que seguir por donde solo se permitía el paso a quienes tenían un pase prepago, lo cual yo no tenía. Alex me dijo que iban a fotografiar la matrícula de mi auto y que me enviarían una multa por correo. Me frustré porque tendría que pagar por una infracción que había cometido sin intención.
En el caso de los judíos de la antigüedad, la violación de las leyes de Dios cometida incluso en ignorancia se tomaba muy en serio. El Antiguo Testamento reconocía esta posibilidad y ofrecía una solución de sacrificios especiales para los pecados cometidos sin intención: «Cuando alguna persona pecare por yerro en alguno de los mandamientos […], ofrecerá al Señor […] un becerro sin defecto para expiación» (Levítico 4:2-3).
Estos sacrificios no eran solo un recordatorio de que los errores accidentales tienen consecuencias, sino que se establecieron para anticipar que Dios, por su gracia, proveería un medio de expiación incluso para los pecados que no nos damos cuenta que cometemos. Lo hizo a través de la muerte de Jesús en nuestro lugar. ¡La gracia de Dios es muchísimo más grandiosa de lo que podamos imaginar!