Cuando un doctor en leyes le pidió a Jesús que señalara cuál era la regla más importante de la vida, Él respondió: «… amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas…» (Marcos 12:30). En estas palabras, resumió lo que Dios más desea que hagamos.
Me pregunto cómo puedo aprender a amar a Dios con todo mi corazón, alma y mente. Neal Platinga señala un cambio sutil en el registro de este mandamiento en el Nuevo Testamento. Deuteronomio nos encarga que amemos a Dios con nuestro corazón, alma y fuerzas (6:5), pero Jesús agregó la palabra mente. Platinga explica: «Hay que amar a Dios con todo lo que uno tiene y es. Absolutamente todo».
Esto nos ayuda a cambiar la perspectiva. A medida que aprendemos a amar a Dios con todo, empezamos a considerar nuestras dificultades como una «leve tribulación momentánea», tal como el apóstol Pablo describe sus duras y extenuantes experiencias. Él tenía en mente «un cada vez más excelente y eterno peso de gloria» (2 Corintios 4:17).
En la escuela superior de la oración, donde uno ama a Dios con toda el alma, no desaparecen las dudas y las luchas, pero su impacto sobre nuestra vida disminuye. «Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero» (1 Juan 4:19), y nuestras vacilaciones imperiosas se aplacan a medida que aprendemos a confiar en su bondad suprema.