Después de haber leído varios libros para niños con mi hija, le dije que iba a leer durante un rato uno para adultos, y que después, volveríamos a ver otras historias juntas. Abrí mi libro y empecé a leer en silencio. Poco después, ella me miró extrañada y observó: «Mami, me parece que no estás leyendo de verdad». Supuso que, como no hablaba, no estaba procesando las palabras.
Tal como sucede con la lectura, la oración también puede ser silenciosa. Ana, que anhelaba tener un hijo, visitó el templo y «hablaba en su corazón» mientras oraba. Movía los labios, pero «su voz no se oía» (1 Samuel 1:13). El sacerdote Elí vio lo que pasaba, pero no entendió. Entonces, ella le explicó: «… he derramado mi alma delante del Señor» (v. 15). Dios oyó el pedido de oración silencioso de Ana y le dio un hijo (v. 20).
Como Dios escudriña nuestro corazón y nuestra mente (Jeremías 17:10), puede ver y oír cada plegaria… incluso aquellas que nunca expresan nuestros labios. La naturaleza omnisciente del Señor hace posible que oremos teniendo plena confianza de que Él oirá y responderá (Mateo 6:8, 32). Por esta razón, podemos alabar a Dios permanentemente, pedirle que nos ayude y agradecerle por todas sus bendiciones… aun cuando nadie más nos oiga.