Mi esposa Martie es una excelente cocinera. Después de un largo día, suelo anhelar el aroma de las especias que prometen un sabroso festín. Ella no solo sabe cómo preparar una comida, sino que también domina el arte de la presentación. Los colores de la comida en el plato, en una armonía hermosamente distribuida de carne, arroz blanco esponjoso y vegetales me invitan a sentarme y disfrutar de su obra. Pero la comida no era tan atractiva antes de que Martie pusiera sus manos en ella. La carne estaba cruda y fofa, el arroz era duro y quebradizo, y las verduras necesitaban ser lavadas y cortadas.
Me recuerda la obra de gracia que Jesús hizo por nosotros. Soy bien consciente de mi fragilidad y mi tendencia a pecar. Sé que en mi condición, no puedo presentarme ante Dios. Sin embargo, cuando soy salvo, Jesús me convierte en una nueva creación (2 Corintios 5:17). Me toma exactamente donde me encuentro y me hace precisamente lo que debo ser: «[santo] y sin mancha e [irreprensible] delante de él» (Colosenses 1:22). Me presenta ante nuestro Padre como algo bello y digno de estar en su presencia.
¡Que su obra transformadora a nuestro favor nos estimule a vivir a la altura de la presentación y a estar humildemente agradecidos a Cristo por su obra consumada en nuestra vida!