Tenemos respuestas en abundancia, respuestas que buscan
«solucionar las cosas de una vez por todas» y parar la
imaginación en seco. Lo que a menudo carecemos es de buenas
preguntas, preguntas que nos lleven a lugares nuevos y
más profundos de intimidad y de comprensión en cuanto a quién es
Jesús y lo que Él significa para nosotros.

He aquí una buena pregunta: ¿Cuál es el deseo más profundo en
el corazón de Dios?
Esperarías que la respuesta a semejante pregunta tan significativa
hiciera eco a través de las Escrituras una y otra vez.
Y esperaríamos ver la misma respuesta escrita en grandes letras a
lo largo de la vida perfecta de Jesús.
La respuesta inicial de la Biblia a esta pregunta se encuentra en
Génesis 3. Dios llamó, «¿Dónde estás?» Preguntó, no porque no supiera
dónde estaba Adán. Su pregunta era una invitación a venir a dar una
caminata a pesar de la desobediencia de Adán. Aunque el primer
hombre y la primera mujer demostraron su deseo de desobedecer y
de alejarse de Dios, Él todavía los llamó, invitándolos a venir y a estar
con Él. Uno de los deseos más profundos del corazón de Dios es estar
con nosotros.

Él conoce la respuesta, pero nos hace esta misma antigua
pregunta a ti y a mí: «¿Dónde estás?»
Se responde a nuestra pregunta original una y otra vez en el
Antiguo Testamento. Se encuentra detrás de toda institución del
antiguo pacto.

• El propósito, tanto del tabernáculo (Éxodo 25) como del templo
(1 Reyes 6), era cumplir este deseo de Dios de estar con Su
pueblo.

• El propósito de la ley también era cumplir este deseo divino
(Levítico 26:12).
La encarnación de Jesús ofrece la respuesta final a nuestra
pregunta, por cuanto es el más profundo deseo del corazón de Dios
«hecho carne.» En la cruz, Su deseo se convirtió en una realidad.
«Emanuel» describe perfectamente quién es Jesús — «¡Dios con nosotros!»
La pieza final del rompecabezas se encuentra en Apocalipsis:

«Entonces oí una gran voz que decía desde el trono: He aquí, el
tabernáculo de Dios está entre los hombres, y El habitará entre ellos y
ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará entre ellos» (Ap. 21:3).
La recompensa a la obediencia es el regalo de la presencia de
Dios. —MC