Cuando terminé de cursar el primer semestre en el seminario, nos dieron pasajes en avión para toda la familia para ir a casa en Navidad. La noche antes del vuelo, nos dimos cuenta de que teníamos menos de 20 dólares para el viaje. Sin duda, el estacionamiento, el transporte y otros gastos costarían más que eso. Descorazonados, decidimos orar. Aunque nuestros hijos eran pequeños (seis y dos años), los incluimos en el momento de oración.
Mientras orábamos, oímos pasos en el pasillo del edificio, y después, un «juic»: el ruido de un sobre que se deslizó por debajo de la puerta. Contenía una ofrenda anónima de 50 dólares.
El asombro en el rostro de nuestra hija de seis años igualaba al de nuestro corazón. El Dios poderoso escribía su nombre en el corazón de una niñita al escuchar y responder nuestra oración al instante. ¡Y nosotros, como el salmista David, pudimos así «[hablar] de todas sus maravillas» (1 Crónicas 16:9).
Lo mismo sucedió la noche de aquella primera Navidad, cuando el Dios altísimo, omnisciente y omnipotente escribió su nombre en el corazón de la humanidad y nos dejó pasmados con la generosidad del perdón y el gozo de un amor incondicional. El nacimiento de Cristo es la respuesta a nuestras oraciones más fervientes por amor y perdón. ¿Sientes ese asombro?