Nuestra nieta Julia pasó el verano trabajando en un orfanato en Busia, Uganda. El último día de su pasantía, fue a despedirse de los niños. Una pequeña llamada Sumaya estaba muy triste y le dijo: «Mañana nos dejas tú, y la semana que viene se van las otras tías [voluntarias]».
Cuando Julia reconoció que se iba, Sumaya pensó un instante y exclamó: «Nos quedaremos totalmente vacíos. ¡Se irán todos!». Julia volvió a asentir. La niñita pensó otro poco y agregó: «Pero Dios estará con nosotros, así que no estaremos totalmente vacíos».
Si somos sinceros, conocemos ese sentimiento de «totalmente vacíos». Es un espacio que no pueden satisfacer las amistades, el amor, el sexo, el dinero, el poder, la popularidad ni el éxito; un anhelo de algo indefinible, incalculablemente precioso, pero que no está. Toda cosa buena puede traernos a la mente, atraer o despertar en nosotros un mayor deseo de ese escurridizo «algo más». Lo más cerca que llegamos de alcanzarlo es solo un indicio, un eco, un cuadro, una escena… Y después, desaparece. «Nuestras mejores pertenencias son los deseos», afirmó C. S. Lewis.
Fuimos hechos para Dios, y al final, nada fuera de Él nos satisfará. Sin Él, quedamos totalmente vacíos. Solamente Cristo satisface nuestra ansia con cosas buenas (Salmo 107:9).