Los primeros discípulos que siguieron a Jesús estuvieron
terriblemente fuera de sintonía con el corazón de su Maestro
cuando preguntaron quién había pecado —los padres del
hombre o él mismo en el vientre de su madre— para que éste
naciera ciego. Sin duda habían visto a este limosnero muchas
veces antes y puede que hayan reaccionado con el mismo tipo de
curiosidad distante y teológica. Lo que vieron en la respuesta de
Jesús apenas si era distante, y claramente demostró la distancia
entre el Señor y Sus seguidores en cuanto a responder a las
necesidades de las personas. La suya fue una respuesta de
compasión, no de curiosidad ni de juicio. Reunió sus recursos
para concederle la vista al limosnero y afirmó que la ceguera de
hecho era para brindar un momento en el que Dios pudiera
magnificarse por medio del toque compasivo de Jesús.

Somos propensos a ser como esos discípulos indiferentes.
Cuando escuchamos de problemas en la vida de alguien, estamos
mucho más interesados en los detalles y en un análisis del qué,
por qué, cuándo, y dónde que en descubrir qué podemos hacer para
tender una mano y ayudar.

Es asombroso lo que un oído que escucha, una temporada
de oración, una nota, un abrazo (sin un sermón acerca de la
soberanía de Dios), una comida, o servir de niñera gratis puede
significar para aquéllos que están sufriendo. He tenido el placer
de pastorear iglesias que estaban llenas de seguidores que iban
más allá de la curiosidad por la compasión a la imagen de
Cristo. Lo que aprendí fue que los parientes y amigos no salvos
constantemente eran tocados al observar el carácter único de una
comunidad bondadosa. Sin duda que se preguntaban quién
correría en su apoyo si fueran víctimas de destinos similares.
Si sólo aprendiéramos a ver la tragedia como una plataforma
para el tipo de compasión que refleja el poder de la gloria de Dios
por medio de nosotros tendríamos un impacto muchísimo mayor
en nuestro mundo. Cualquiera puede tener curiosidad. Los
seguidores de Jesús son curiosamente compasivos. —JS